El ministro Wert, que más parece el secretario general del Movimiento, se ha propuesto acabar con las Humanidades. Cada vez hay menos horas de historia, menos de filosofía y solo un algo de música, al tiempo que se abraza a las tecnologías aifon. Wert apuesta por seres incompletos que fijen la mirada en un solo punto. ¿Qué pensarían aquellos científicos humanistas de la talla de Ramón y Cajal —que era uno solo, señor ministro—, Marañón, la señora Curie o Einstein?
La educación necesita de las Humanidades. Y aunque sea un tópico, hay que reiterar que resulta imposible encarar el futuro sin estudiar el pasado. Un poner: ¿cómo razonar el éxito de Podemos sin echar mano de la historia? En el estudio del ayer se encuentran las claves que explican las noticias de la mañana.
Pericles fue “el primer ciudadano de Atenas”. Hábil e ilustrado, demócrata convencido, Pericles personifica el esplendor griego. También fue un estratega que consiguió unir en la Liga de Delos a la mayoría de las polis, fundando un imperio sin utilizar esa palabra a la que tanto odiaban las democracias griegas. Fue así como hizo de los griegos una potencia comercial y militar como hasta entonces no se había conocido.
El error más grave de Pericles fue favorecer una política de gastos —templos, ágoras, puertos, festejos en honor de los dioses…— tan enorme que por más talentos que recaudaba, más consumía en mármol, marfil y procesiones. Como vemos, Pericles fue un político que no hubiera desentonado entre los de ahora, aunque eso sí, cuidó de las murallas de Atenas mucho mejor que nuestras alcaldesas cuidan de las del Carmen.
Incapaz de cuadrar sus derroches en los Propileos de la Acrópolis, una tarde recibió la visita de Alcibíades. Pericles le dijo que no sabía cómo rendir cuentas ante el pueblo. Alcibíades se limitó a decir: “Busca el modo de no tener que explicarte ante nadie”.
Pericles comprendió y discurrió una maniobra de distracción que terminaría en otro enfrentamiento con Esparta, aunque logró su objetivo: el pueblo habló de su astucia y se olvidó de la crisis a la que él tanto había contribuido. Para no dar cuenta de su gestión provocó una guerra después de la cual Atenas no volvería a ser ni la misma ni tan libre. Salvando las distancias que separan Sierra Hidalga del Olimpo, Pericles actuó igual que nuestras dos alcaldesas, que para no explicar el caos administrativo y las irregularidades que acompañan a los párquines de la Concepción y del Castillo, están dispuestas a desatar una guerra judicial contra los herederos de doña Carmen Abela. Sigamos.
Una epidemia de peste se adueñó de Atenas. Hasta Pericles enfermó. Postrado en su lecho, recibió la visita de un partidario que se interesaba por él. Pericles, indiferente, se limitó a señalar un amuleto atado a su cuello. Un fetiche que alguien de su inteligencia sabía que no lo libraría de la muerte, pero en el cual había depositado sus últimas esperanzas haciendo oídos sordos a la ciencia de los médicos. Un burdo amuleto: dos palmos de superstición: eso era todo lo que quedaba del Gran Pericles.
Alguien me escribe para decirme que Podemos se está organizando de cara a las próximas municipales. Que pasa ya de los doscientos afiliados. Que ya tiene caras y apellidos sin pasado. Mensajes directos, yayos eternamente jóvenes, anónimos atenienses hartos de todo… El mensajero me advierte del “peligro”. Demasiado tarde, pienso, para tanta peste.
Suman y suman, pero incluso así nadie ve en Podemos el amuleto al que se aferran esos seis mil parados de la ciudad que ya no confían en la medicina tradicional. La mayoría de sus potenciales votantes sabe que las recetas de Podemos ni remedian ni curan, pero ante el inmovilismo de los partidos tradicionales frente a la corrupción, sueñan con un milagro que acabe con los que, salvo poner el cazo, nada hacen. Algo tan entendible como bajar los sueldos de los políticos y eliminar cargos: Podemos no necesita más para decidir las elecciones.