La Semana Santa es para los cristianos, y para muchos que no lo son, la semana del dolor, del amor y de la esperanza...
La Semana Santa es para los cristianos, y para muchos que no lo son, la semana del dolor, del amor y de la esperanza. El mundo está lleno de Getsemanís de soledad, de Calvarios de dolor infinito, de caminos con la cruz a cuestas, de caídas y negaciones. Pero también de amor, de entrega, de esperanza. La historia de este Cristo que veneramos es la historia de un hombre vencedor. Un Cristo que habla de frente y por derecho, que no tiene ataduras, que no tiene miedo. Que ha venido a servir.
En el terrible dolor de la Pasión de Cristo sólo hay amor y ese es el gran mensaje vivo del Evangelio, que se hace presente cada Semana Santa. Como decía Juan Pablo II, “el rostro transfigurado en el monte Tabor es desfigurado en el pretorio: rostro de quien insultado, no responde; de quien golpeado, perdona a cada golpe; de quien hecho esclavo, sin nombre, libera a cuantos sufren la esclavitud”.
Hay quien intenta desvirtuar la Semana Santa, presentarla sólo como un espectáculo. Pero la Semana Santa es una expresión de fe, de entrega, de amor. La de la Iglesia que se entrega a los que no tienen ni derechos ni esperanza; la que defiende la cultura de la vida y ofrece alternativas reales a las mujeres que quieren ser madres, a los enfermos, a las personas solas, a los ancianos...
La Iglesia comprometida en África, que acompaña y ayuda a los últimos de los últimos para darles apoyo y esperanza; la Iglesia de las prisiones españolas donde mientras todos miramos para otro lado, sólo acuden los que van a dar y a escuchar y no esperan recibir nada; la Iglesia de monseñor Asenjo que quiere “cofradías pobres, pero libres”, no atadas a las subvenciones del poder; de los obispos que piden que los sacerdotes dediquen el 10% de sus pequeños sueldos a los parados; la Iglesia de Cáritas o de Manos Unidas, que reparte todo en la lucha contra la marginación y el hambre; la Iglesia de sacerdotes dispuestos a seguir ofreciendo amparo y hospitalidad a los sin papeles, aunque les multen los gobiernos de turno.
La Iglesia que mantiene centros de atención integral para mujeres que quieren abandonar la esclavitud de la prostitución. La Iglesia de Dios y de los hombres. “Tenemos que despertar al Dios de la fraternidad”, decía hace poco la escritora Fanny Rubio. Ese Dios está despierto. Lo que tenemos que despertar es nuestra fraternidad. Para ello nacimos. Ese es el mensaje del Cristo clavado en la cruz que ahora celebramos.