El tiempo en: Barbate
Publicidad Ai
Publicidad Ai

Hablillas

Chiripitifláutico es Don José

El libro nos devuelve a aquella merienda ante la tele.

Publicidad Ai
Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai

Dejando a un lado la discusión horaria de todos los años, el alargamiento de la tarde hace visible el tono rosado que nos perdíamos durante el invierno. Y no por su ausencia sino porque nos sorprendía en los menesteres propios del anochecer, es decir, los deberes, la cena y los partidos de fútbol. Día a día la claridad favorece el trabajo sin bombillas y la lectura –para quien lo crea conveniente- al fresco que proporciona el trepar de la sombra a medida que baja el sol.

Cuando leemos, cuando vivimos al ritmo que nos marca el narrador, cuando formamos parte de esa historia nos encontramos en una especie de aislamiento que discurre paralelo a nuestra propia realidad. Es por lo que cuando la acción se interrumpe por los deberes propios de la rutina -o por el sueño- las imágenes que hemos creado a partir de ese texto que nos fascina, nos siguen rondando. Sin embargo no ocurre lo mismo cuando alguna de ellas destapa algún recuerdo infantil.

La nostalgia más dulce nos zarandea con cariño e inevitablemente sonreímos y nos recreamos tanto en soledad como al comentarlos. Sucede a menudo, desde hace años, mucho antes que “Cuéntame” condenara a latigazos las noches de los jueves. En la mente de todos están las Crónicas de un pueblo, Escala en Hi-Fi, Estudio 1, Historias para no dormir, La casa del reloj, Jardilín, series que podemos ver hoy por obra y gracia de Internet, series incompletas  debido al reciclaje. Cuando el directo fue reemplazado por la seguridad de las grabaciones se utilizaban los mismos cartuchos para otros trabajos. De esta forma se perdieron imágenes que hoy enriquecerían y revalorizarían el archivo documental de nuestra televisión. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, perdido el movimiento queda la imagen, la fotografía.

Cruz Delgado y Jorge San Román encontraron más en ella y en los testimonios que en los archivos de Televisión Española cuando se decidieron a hacer el libro de Los Chiripirifláuticos. El proceso se prolongó durante tres años pero valió la pena. Con un título tan evocador como la canción que se convirtió en himno, hoja tras hoja vamos redescubriendo nuestra infancia serenamente, reviviendo momentos en los que entonces no reparamos. La voz de Valentina “cantando” cuentos, los pesados viajes del Capitán Tan, la paciencia del Tío Aquiles, la comicidad de Locomotoro, la dulzura de Poquito, la actividad de Fileto y la sensatez menuda de Barullo llenaron el hueco cansino y amenazante del atardecer. Verlos tan vivos como entonces en un libro rescatan, además, detalles que en su momento se nos escaparon, como la sensación de frescor tras el baño, la comodidad de las zapatillas el olor del Cola-cao o la conversación de los mayores en la cocina.

Mucho más transmite “Chiripitifláutico es Don José”, un documento creado para todos y muy especialmente para los cincuenteros, un documento que nos hace pensar, inevitablemente, en los programas infantiles actuales, entendidos y desarrollados para unos niños que, presumiblemente, maduran antes, pero no por ello dejan de ser niños. El libro nos devuelve a aquella merienda ante la tele, a la media hora previa a los deberes, treinta minutos diarios en los que había canciones que hemos cantado a nuestros hijos y aún repetimos. Como repetimos el hecho de ilusionarnos gracias a un libro.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN