Decía Rudyard Kipling que ?la victoria y el fracaso son dos impostores y hay que recibirlos con idéntica serenidad y un saludable punto de desdén?...
Decía Rudyard Kipling que “la victoria y el fracaso son dos impostores y hay que recibirlos con idéntica serenidad y un saludable punto de desdén”. No parece que esta frase figure en los libros de texto de los candidatos a políticos ni en las hojas de ruta que los partidos elaboran de cara a la campaña electoral. Más bien todo lo contrario. No es fácil la serenidad cuando se gana, pero donde se ve de verdad a las personas es en las dificultades, en las derrotas, cuando, tras el relevo, nadie te acompaña hasta la puerta, porque todos se quedan con el ganador, y ya no está ni siquiera el coche oficial, superblindado, que antes te llevaba a todas partes. Que se lo pregunten a Touriño, a Anxo Quintana y hasta a José Blanco al que parece que le puede pasar factura el estrepitoso fracaso de haber perdido la Xunta de Galicia a los cuatro años de haberla alcanzado por un pacto de intereses.
Peor es lo de Ibarretxe porque la victoria en las urnas no le va a servir, con muchas probabilidades, para mantenerse en el poder, aunque quede todavía la posibilidad remota de que su cabeza pudiera ser el precio para que el PNV siga en el Gobierno y en la Administración. No es un tema menor, desalojar de sus prebendas a cientos, miles de cargos públicos, algunos excelentes y otros manifiestamente mejorables como las viejas fincas agrarias. Tal vez conocedor de lo que puede suponer ese cataclismo, el hasta ahora lendakari ha amenazado con lo que puede pasar si se consuma “la agresión” que significa un pacto entre PSOE, PP y UPyD. Como soy partidario, y lo he escrito, de que gobierne la lista más votada, comprendo a Ibarretxe, pero la matemática electoral tiene esas cosas y hay que saber ganar y perder. Sobre todo, saber perder. No va a ser fácil el cambio en Galicia porque los desalojos cargados de ideología más que de servicio público son siempre difíciles. Pero en el País Vasco, si finalmente se consuma puede ser un dolor de los peores. A algunos habrá que quitarles un sillón que consideran propio y a otros habrá que enseñarles que hay vida fuera de la Administración. También es cierto que razones políticas no siempre justas harán que otros dejen el cargo que han servido ejemplarmente sólo porque son de otro partido. La politización de las Administraciones públicas, por un lado, y la falta de profesionalización, por otro, nos cuestan muchos millones de euros a los ciudadanos y facilitan comportamientos corruptos o partidarios. Como dijo John F. Kennedy, “la victoria tiene un centenar de padres, pero la derrota es huérfana”. Lo malo no es perder; lo malo es la cara que se te queda.