“El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Aunque quieran implantar el laicismo, cueste lo que cueste, hasta Pepiño Blanco podría decir que la máxima evangélica está de plena actualidad con la que está cayendo sobre el Partido Popular de Rajoy. Pone un circo y le crecen los enanos, que no cita del Evangelio, pero como si lo fuera. Más que lluvia fina, esto es una nevada made in Maleni. Pero a lo que vamos: ¿se acuerdan ustedes de Filesa, de Roldán de Rubio, del Juan Guerra, si nos remontamos años atrás, o de Ciempozuelos, si miramos más cerca? ¿A alguien le suena el caso Casinos de Cataluña o lo del 3 por ciento también en Cataluña? ¿Ha habido algún escándalo que haya tocado a las diputaciones de Vizcaya o Guipúzcoa, recuerdan el caso del responsable del Museo Guggenheim y el dinero que voló sin que nadie fuera responsable? ¿Qué pasa en Galicia? Todo sin hablar del caso Naseiro y de otros muchos conocidos que forman parte de la historia negra de la democracia.
Los aparatos de los partidos, de todos, y la mayor parte de los que han tenido negocios con ellos, por ellos o para ellos, pueden dar testimonio de concursos a medidas, adjudicaciones a dedo y cosas peores, corrupción (personal o institucional), no para escribir un libro sino unas Obras Completas, de la A a la Z. No digamos de muchos ayuntamientos.
Eso no quita para que sea impresentable lo que sucede en el Partido Popular, aunque todos los demás partidos deberían dejar que actuara la Justicia y guardar silencio. Hoy por ti, mañana por mí. “Aquí han pasado muchas cosas y van a pasar muchas más”, como dijo Girón hace un siglo. La transparencia de los fondos de los partidos, que viven de los recursos de los contribuyentes, debería ser algo esencial a la democracia pero entre la golfería y la incompetencia, sólo han aflorado aquellos escándalos que han destapado los medios de comunicación, demasiadas veces sirviendo intereses espurios y partidistas. Eso sin hablar de las deudas millonarias de los partidos con la banca, o, lo que es peor, de las deudas perdonadas a los partidos no se sabe por qué razón.
¿Pueden los políticos regenerar una vida política que ellos mismos han contribuido a ensuciar? Ser político es, tiene que ser, la actividad más noble de un ciudadano y eso es lo que tenemos que reclamar los contribuyentes a nuestra clase política, a nuestros sindicatos y a la cúpula empresarial, muchas de cuyas actividades están sostenidas con fondos de los ciudadanos. No es lo mismo un escándalo de un presidente de fútbol que la corrupción de un político. Hay que regenerar la vida política y moral y para ello la justicia debe ir hasta las últimas consecuencias, si es posible al margen de las contiendas electorales, es decir, no aprovechándolas.
Deberíamos hacer un acto de fe en los políticos honestos y pedirles que también ellos lleguen hasta el fondo. Necesitamos confianza para salir de la crisis, pero es imposible pedirla si se permiten, se ocultan o se esconden comportamientos desleales y corruptos.