Pasada una semana desde que se produjo la nevada que colapsó Madrid, los ciudadanos seguimos esperando...
Pasada una semana desde que se produjo la nevada que colapsó Madrid, los ciudadanos seguimos esperando. Esperamos con inquietud que el fenómeno meteorológico pueda volver a producirse, porque estamos en enero y, como sentenció Ana Botella, es invierno y nieva. Y esperamos con impaciencia que se establezcan las responsabilidades que aquí en el suelo se produjeron por la pésima gestión de las consecuencias de lo que caía del cielo. La ministra de Fomento ha prometido investigarlas y depurarlas. Otros responsables políticos, autonómicos y municipales, no se sienten concernidos porque ya han sentenciado que Magdalena Álvarez tiene una responsabilidad universal.
Sólo cabe una razón que eximiría a los políticos de ofrecer y a los ciudadanos de reclamar dichas responsabilidades: asumir la teoría de lo inevitable. Pero en estos días ningún político se ha atrevido a proclamar que la capital de España y su ámbito metropolitano no están preparados ni pueden estarlo para afrontar una situación tan inesperada y extraordinaria como ésta, y ninguno se ha atrevido a confesar a los ciudadanos que una ciudad como Madrid no puede plantearse tener medios siempre disponibles para afrontar situaciones que sólo se producen de lustro en lustro. No podrían hacerlo administraciones que, cada una a su nivel, presumen de dirigir la octava potencia del mundo, gobernar la comunidad autónoma motor de España o regentar la ciudad que aspira a ser olímpica. Por eso los ciudadanos seguimos esperando.
Quizás se nos acuse de impaciencia, pero viendo que Barajas tardó cinco horas en reabrir sus pistas y la ciudad recuperó la normalidad en menos de 24 horas tampoco creemos que sea necesario mucho más tiempo para determinar cómo y bajo la responsabilidad de quién pudo producirse el monumental bloqueo. Lo peor sería dejar hibernar el asunto, esperar que la nieve del tiempo oculte las vergüenzas. Como la lluvia fina, la no asunción de responsabilidades acaba erosionando la credibilidad de quienes las eluden.