Un mundo más limpio

Publicado: 01/03/2025
La sobreutilización y el deficiente reciclaje han permitido que partículas plásticas microscópicas viajen a lo largo y ancho de nuestro planeta
A principios del siglo XX, Leo Baekeland sintetizó la baquelita, el primer material plástico sintético. Años más tarde, esta invención permitió el desarrollo tecnológico en la llamada “segunda revolución industrial”. Carcasas de teléfonos, radios y otros pequeños electrodomésticos contaban con este material, que poco a poco fue adentrándose en todos los hogares.

A partir de entonces, la fabricación de los compuestos plásticos creció exponencialmente hasta el día de hoy, en el que forma parte de un sinfín de productos de uso diario. Botellas, envases de alimentos, recipientes, textiles sintéticos… son solo algunos ejemplos, porque, miremos donde miremos a nuestro alrededor, encontramos estructuras o piezas fabricadas con este componente.

La intención de Baekeland fue la de colaborar en el progreso y bienestar de una sociedad que, ya en aquellos tiempos, era seducida por la atracción del consumismo. Quizás, si hoy aún viviese, se arrepentiría de su descubrimiento, no por la invención en sí, sino por el uso que hemos hecho a lo largo de estos últimos años.

La sobreutilización y el deficiente reciclaje han permitido que partículas plásticas microscópicas viajen a lo largo y ancho de nuestro planeta, alcanzando incluso lugares tan recónditos como la Antártida o la Fosa de las Marianas. Sí, está en todas partes, y este tóxico se deposita en la tierra, la vegetación, el mar, los ríos… e incluso viaja por el aire. Por ello, su incorporación a la cadena alimentaria ha sido inevitable. Animales, peces, vegetales y frutas ingieren o absorben estos minúsculos fragmentos químicos, que terminan en nuestro propio sistema digestivo al incorporarlos a la dieta.

Desde hace unos años, sabemos que restos de estas sustancias pueden encontrarse en órganos como el hígado o los riñones, y existen sospechas de su posible relación con problemas de esterilidad, cáncer e incluso enfermedades cardíacas. Recientemente, se ha confirmado que estas nanopartículas plásticas también atraviesan la “BHE” (barrera hematoencefálica), el “escudo” protector de nuestro cerebro, dando como resultado que las concentraciones de este material sean incluso más elevadas en el cerebro que en otros órganos.

Tras este hallazgo, se está estudiando el efecto perjudicial y la posible relación con demencias y otras enfermedades del sistema nervioso, debido al efecto inflamatorio que pueden ejercer sobre nuestras arterias. Aunque no debemos ser alarmistas, sí sería recomendable disminuir racionalmente su utilización.

Además de rutinas que hemos incorporado a nuestra vida, como llevar las bolsas reutilizables a la compra o reciclar en el “contenedor amarillo”, sería beneficioso que nos habituásemos a llevar un recipiente de acero inoxidable o cristal para rellenarlo de agua, prescindir de los cubiertos y platos de un solo uso y evitar comprar “alimentos plastificados” que se amontonan en los expositores de las cámaras frigoríficas de los supermercados.

Y que muy pronto dejemos de encontrar en nuestras casas “… una bolsa que dentro a su vez tiene otra bolsa…” y esto solo sea una simpática letra carnavalera en nuestro recuerdo.

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