La relación de Stephen King con el mundo del cine y la televisión ha ido por oleadas desde que a mediados de los 70 Brian de Palma se encargara de la adaptación de Carrie. Esa relación tampoco ha sido todo lo fructífera que cabía esperar, en especial durante la década de los 80, en la que el pobre resultado de las adaptaciones realizadas -desde
Christine a Miedo azul, pasando por It, Cujo, Ojos de fuego o Los chicos del maíz- ayudó a devaluar asimismo la obra literaria del propio King. De esa década, sólo
Cuenta conmigo, ajena al género de terror, merece digno reconocimiento.
Yo mismo pertenezco a la generación que creció viendo esas películas, que leía mucho a Stephen King, pero a la que le decían que era un escritor espantoso. Y las películas, sí, no pasaban de mediocres, pero en lo concerniente a las novelas hay motivos para el debate, incluso para encontrar entre algunos de sus títulos trabajos más que recomendables, caso de
Salem´s Lot, El resplandor y la mayor parte de It. Ha sido ahora, pasado el tiempo, cuando el cine ha sabido captar con más precisión su universo. El periodo abierto por
Misery, en 1990, hasta la recién estrenada
The monkey, está repleto de muy buenas adaptaciones -
Cadena perpetua, La ventana secreta, La niebla, La milla verde, 1408, Doctor Sueño, It, Salem´s Lot...-, y The monkey también lo es.
Al frente de la misma se encuentra
Osgood Perkins, encumbrado el año pasado gracias a la inquietante y tenebrosa Longless. En su nuevo trabajo no hay rastro de su minuciosa y personalísima captación de la realidad; en todo caso, una nueva forma de hacerlo, a partir de una comedia negrísima, exagerada y brutal, ante la que resulta imposible responder con alguna que otra carcajada a la violenta sucesión de crímenes que se van sucediendo a lo largo de su sangrienta narración. Sus protagonistas son dos hermanos gemelos -fantástico
Christian Convery dando vida a ambos de pequeños, y muy implicado
Theo James- atormentados desde su infancia por la presencia de un mono de juguete -único legado de un padre que fue a por tabaco y no volvió a aparecer- que causa la muerte, presuntamente accidental, de cuantos se encuentran cerca de sus propietarios.
Esos hermanos, de comportamiento dispar -uno sensible y amable, el otro violento y despiadado-, que sólo cuentan con el consuelo de su madre, empiezan a vivir desde muy pequeños el impacto cercano de la muerte, hasta convertirla en el eje y la maldición de sus vidas, sin encontrar la forma de combatir esa sensación de indefensión y aislamiento que ha terminado por marcarlos 25 años después, cuando vuelven a reencontrarse con el maléfico muñeco.
Perkins riza el rizo con su macabra aproximación al destino final de sus variados personajes -en ocasiones remite incluso, aunque de manera más incisiva y sarcástica, a las muertes de la saga
Destino final- para trivializar acerca de la única certeza de nuestras vidas: que tienen final asegurado. Sólo confiamos que de forma menos violenta, por mucho que sea inevitable echar unas risas.