Dentro de pocos días dará comienzo una de las festividades más señaladas del año: la Navidad. Por muchos motivos, se acercan unos días especiales, distintos a los que vivimos el resto del año. Cada uno de nosotros “la vive a su manera”, generando en algunos pasión y en otros cierto rechazo. Muchas personas la esperan con una desmedida alegría e impaciencia desde que, a principios de otoño, caen las primeras hojas de los árboles. Por otro lado, hay quienes, no tan identificados ni comprometidos con el espíritu navideño, la sufren como un verdadero calvario, un “vía crucis” más acorde a la “Semana Santa”, con sentimientos encontrados y a contracorriente de la mayoría.
Nos guste o no, esta fiesta anual supone un cambio en nuestras rutinas diarias, haciendo cosas diferentes al resto del año. Entre las muchas tareas típicas se encuentra una que puede llegar a ser un verdadero desafío: la búsqueda del regalo perfecto, con el que demostrar nuestro cariño a aquellos con los que tenemos una relación especial. Y, en esta circunstancia, también somos muy diferentes: desde los que poseen una capacidad innata para encontrar rápidamente qué regalar, hasta los que, sin embargo, pasean una y otra vez por las concurridas tiendas sin encontrar nada que les cautive.
Para todos aquellos que son un mar de dudas, voy a hacerles, con su permiso, una pequeña sugerencia: regale un perfume. ¿Por qué? Se preguntarán ustedes. ¿Tiene alguna relación un frasco de fragancia con la neurología? Pues sí, y, como casi siempre, la respuesta está dentro de cada uno de nosotros.
¿Qué sucede en nuestro cerebro cuando volvemos a oler una colonia que nos es familiar años después? Me refiero, por ejemplo, a ese “Varón Dandy” que usaban nuestros abuelos y cuyo aroma inhalábamos cuando nos abrazaban. A esa loción Floid que siempre impregnaba la tapicería del coche de nuestro padre. O, tal vez, a aquella fragancia que envolvió de misterio nuestro primer beso.
La respuesta ya la sabemos. Esa “reexposición” logra evocar las emociones que sentíamos en aquellos momentos. Todo sucede muy rápido en nuestro sistema nervioso: las neuronas olfativas de la nariz se conectan con una zona del cerebro capaz de identificar los olores, el “bulbo olfatorio”, que a su vez transmite información a dos estructuras implicadas en la generación de emociones y recuerdos: la “amígdala cerebral” y el “hipocampo”.
Además de este nostálgico “regreso al pasado”, rememorando sensaciones casi olvidadas, las nuevas exposiciones a fragancias en el presente sirven como vehículo para que evoquemos nuevos recuerdos en el futuro, gracias a un mágico “mecanismo de asociación” olor-emoción-recuerdo.
Los grandes perfumistas son muy conscientes de todo esto, y por esa razón nos resultan tan estimulantes las notas a canela, vainilla, flores, mar, bosque…, que añaden a sus creaciones. Estas no solo nos hacen revivir el pasado, sino que también inventan momentos mientras su esencia nos acompaña.
Por ello, si no sabe qué regalar, piense en un perfume. Le dará la oportunidad de crear emociones que podrá volver a vivir cada vez que sienta cerca esa fragancia.