Tras la experiencia de una
Semana Santa, en la que ha quedado claro que las ganas de relax y convivencia festiva supera las amenazas de la cansina pandemia y de la mortífera guerra de Ucrania, es evidente que el verano va a ser espectacular. Incluso si se mantienen los parámetros poco halagüeños de los precios de los combustibles, los dos años de pandemia han acabado con la paciencia por tanto recogimiento obligado, sin ferias, sin viajes, sin marchas procesionales y, en definitiva, sin normalidad. Las ansias de expansión han dado alas a la primera industria nacional hasta que Putin ordene lo contrario. El turismo es la cara más visible de España hasta que los fondos Next Generation hagan digitales y ecológicos a todos los españoles, menos, obviamente, a los nobles innobles que le venden lo que sea a Almeida, porque se lo manda un primo. Lo mismo -o parecido- que
Rubiales con Piqué. El mundo es de los listos, los demás a cavar para ganarse el sustento.
De
Ucrania han llegado las mismas malas noticias desde aquel 24 de febrero en que el autócrata de Moscú decidió amargar al mundo y masacrar a su “pueblo hermano” de Ucrania. Da miedo que la acumulación de atrocidades consiga saturar la capacidad de aguante de tantas desgracias frente a nuestras confortabilidades. La civilización occidental se creía que consistía en que no habría guerras, salvo en los territorios de los países que se llamaba del Tercer Mundo. Cuando la guerra ha llamado a nuestras puertas el despertar del sueño antibélico -del camino hacia la “paz universal”, de la que escribía el sabio del actual enclave ruso de Kaliningrado, Kant- ha sido irritante. Europa ha quedado noqueada. Putin ha enseñado sus garras de fuerza bruta a la zona del mundo donde -con todos sus defectos- más se respetan los derechos humanos, políticos y sociales de la Tierra. La construcción europea ha sido una obra de gigantes contra la guerra, tras dos conflictos bélicos mundiales originados en
Europa. El reto era la superación de los nacionalismos para hallar un bien superior que, además, proporcionara un nivel aceptable de bienestar a la mayor parte de la población.
Putin no está en esa ecuación. Las bibliotecas de los padres franceses de la Ilustración -Voltaire y Diderot- fueron compradas por Catalina la Grande. El sueño ilustrado de Rusia acabó poco después.