Pasadas las 9.30 de la noche, cuando la última luz diurna languidecía por completo, el aspecto del centro histórico de la ciudad era desolador. Tal vez motivados por la desalentadora experiencia de anteriores ediciones, pocos, muy pocos eran los comercios que habian decidido sumarse a la participación en la Noche Abierta organizada un año más por la Asociación de Comerciantes en colaboración con el Ayuntamiento alcalaíno. En medio de una desconcertante oscuridad, los pocos establecimientos abiertos parecían lánguidas islas en un entorno urbano que, lejos de celebrar nada especial, parecía unicamente esperar la noche cerrada.
Como traspasando una frontera invisible, pasado el Paseo de los Álamos, el panorama cambiaba por completo, como si, de hecho, penetráramos en una ciudad diferente, separada de la anterior por un misterioso límite. Comercios modernos, con atractivos rótulos y vistosos escaparates, refulgían en la incipiente noche, bien iluminados y con sus puertas abiertas esperando la entrada del numeroso público que poblaba las aceras. La gente estaba allí, desde luego, en la Avenida de Andalucía, calles Miguel Hernández, Fernándo el Católico o Avenida de Europa, y allí estaba la animación, la música, la charanga. Había puntos, de hecho, en los que la aglomeración de personas hacía difícil el transitar, curiosa paradoja.
Tras la tormenta vespertina, el ambiente había refrescado e invitaba a pasear, y aunque no puede decirse que los clientes colapsaran los establecimientos, si se observaba cierta mejora tanto en número de comercios participantes como en público en general, respecto a la pasada edición. Al margen de ello, la constatación de una realidad tozuda que no parece sino afianzarse: la pérdida de competitividad de la zona centro-norte de la ciudad, una brecha que no hace sino agrandarse.