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Arcos

En territorio utópico

El escritor Manuel Amaya Zulueta presenta su poemario ‘Carissa’. El curtido poeta reconoce que siente especial predilección por Julio Mariscal

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  • En un ambiente urbano, con grandes gafas para protegerse del sol gaditano, el escritor presentó su libro. -

Pedro Sevilla
El hombre es un ser caído -caído en el tiempo, en la soledad, en la certidumbre de la muerte-, pero gracias a esa caída le nacieron las alas de la gracia, de la belleza, del amor. No es fácil adentrarse en la poesía de Manuel Amaya Zulueta, una poesía densa, extensa, pero quizás sea ese pensamiento -la caída y el vuelo- el que primero se asienta en el corazón del lector después de adentrarse en estos versos.

No soy yo amante de las presentaciones donde se hace hincapié en el currículo biobibliográfico del poeta. Eso está al alcance de cualquier persona que pulse cuatro letras en la Wikipedia. Manuel Amaya Zulueta nació en Cádiz en la mitad del siglo XX y tiene escrito algunos libros de poesía y fue galardonado con el Premio de Novela ‘Fernando Quiñones’ por su libro ‘El León de Oro’. Pero como digo eso está en Internet.

Hemos venido aquí a presentar y a leer ‘Carissa’, un libro territorio, un lugar sentimental donde se despliega el sueño de lo imposible. ‘Carissa’ es un lugar pero un lugar utópico, o sea, un no lugar. Es una incrustación en la realidad de una pretensión inabarcable, como es la paralización del tiempo en la belleza, en el sexo, en el amor. Y en la poesía. Amaya Zulueta sabe que  no podemos dejar de caer y se inventa alas nobles como el amor, pero inoperantes.

Poesía del deseo -de la imposibilidad de sucumbir al deseo-, poesía de la culpa, hay algo de dostoiewskiano en estos versos porque, como en algunos personajes del autor de ‘Crimen y Castigo’, se evidencia una inmisericorde reincidencia a pesar de que en el Padrenuestro, que me consta frecuenta Amaya, se pida el “no nos dejes caer en tentación”. Imposibilidad y culpa, claro. Culpa también dostowieskiana, una culpa que aspira al perdón y al restablecimiento de un orden moral.

Cuando fuimos jóvenes leímos a Ana Rosetty y entonces nos gustaba su erotismo trufado de elementos religiosos. No va por ahí Amaya Zulueta aunque a algún despistado pueda parecerle. La referencia religiosa de Amaya Zulueta no tiene ningún afán de escandalizar, ni siquiera de sorprender, sino que es componente firme de su personalidad, asediado y enturbiado siempre por aquella imposibilidad de que he hablado antes. Tampoco, aunque también haya podido verse, hay en los versos un dosjuanismo, siempre más pendiente de la cantidad que de la calidad. El amor en Amaya, amor clandestino o venal, es siempre un afán de pureza. Sí. Puede haber pureza en el pecado, en la desesperación, en el desorden, una pureza de la que siempre ha carecido nuestro Tenorio.

Lean, si no, ‘Tabor’, el poema que cierra el libro donde el amor experimenta una Transfiguración como la de Jesucristo en el monte ‘Tabor’, donde podemos ser transfigurados por el amor.

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